Tres problemas que sólo pueden ser resueltos por la sangre de Jesús

Anteriormente hablamos de cómo nosotros, los que creemos en Jesucristo, podemos tener la certeza plena de que verdaderamente somos salvos y de que nunca podremos perder nuestra salvación, la cual es eternamente segura.

Ya que no podemos perder nuestra salvación, puede que algunos se pregunten si esto significa que no importa cómo vivamos después de ser salvos. ¿Somos libres de hacer lo que queramos? Después de todo, nada puede cambiar nuestra salvación.

Es importante saber que ser salvos eternamente no nos da libertad  para desobedecer a Dios o pecar libremente. De hecho, cuando un creyente comete un pecado, esto resulta en tres grandes problemas que involucran a tres partidos : Dios, nosotros mismos y Satanás. Veamos ahora cuáles son estos problemas y la solución única para cada uno de ellos: la sangre de Jesús.


1. Separados de Dios

Isaías 59:1-2 nos dice qué sucede cuando pecamos:

“No, no es demasiado corta la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado Su oído para oír. Pero vuestras iniquidades han venido a ser una separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros Su rostro, de modo que Él no os oye”.

Nuestros pecados nos separan de Dios, ya que Él es santo y absolutamente justo en cada detalle. No es necesario que cometamos un delito serio para ser separados de Dios. Incluso decir una pequeña mentira puede hacer que perdamos el disfrute de Su presencia.

¿Cómo podemos eliminar esta separación? ¿Dejamos que pase algún tiempo para ver si de alguna manera se resuelve por sí misma? ¿Prometemos comportarnos mejor en el futuro? ¿O acaso esperar resolvería el problema? No. Sólo la sangre de Jesús puede quitar el pecado que nos separa de Dios.

Leamos lo que dice 1 Juan 1:7-9:

“Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia».

Gracias a la sangre de Jesús podemos ser perdonados de nuestros pecados y la separación entre nosotros y Dios es eliminada.

Pero dese cuenta de que para ser perdonados hay algo que primero se requiere de nosotros: debemos confesar nuestros pecados a Dios. Cuando confesamos, Él es fiel para perdonarnos.

Algunas veces, después de confesar, puede que no nos sintamos perdonados. Pero cómo nos sentimos no determina si somos verdaderamente perdonados. El hecho es que, si hemos confesado nuestros pecados a Dios, somos perdonados y limpiados. La sangre de Jesús satisface a Dios. Según la palabra misma de Dios, cuando confesamos nuestros pecados a Él, somos perdonados y tenemos el derecho de entrar confiadamente en la presencia de Dios. La separación es eliminada y podemos disfrutar de la comunión con Él nuevamente.


2. Los sentimientos de culpa en nuestra conciencia

Otro gran problema creado por el pecado es la culpa que sentimos en nuestro interior. Dios está satisfecho con la sangre de Jesús como pago por nuestros pecados, pero quizás estemos atormentados por la culpa. Esto se debe a que cuando cometemos un pecado, ese pecado deja una mancha en nuestra conciencia. A los ojos de Dios, hemos sido perdonados, pero en lo que a nosotros respecta, el pecado ha dejado una mancha. El sentimiento de culpa proviene de nuestra conciencia manchada.

La mancha que deja el pecado en nuestra conciencia es seria, y ningún detergente en la tierra es lo suficientemente poderoso para hacerla desaparecer. No obstante, Hebreos 9:14 nos muestra el único “quitamanchas” apto para limpiar nuestra conciencia:

“¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo?”.

La misma sangre que le permite a Dios perdonarnos también purifica nuestra conciencia de la mancha del pecado. Somos perdonados y limpiados por la sangre de Jesús.

Para ayudar a ilustrar esto, digamos que recibimos una multa por quebrantar una ley de tráfico. Una nota de la infracción va para el tribunal (Dios), y una copia para nosotros (nuestra conciencia). El tribunal necesita el pago de la multa. Cuando confesamos nuestro pecado a Dios, Él considera la sangre de Jesús como pago completo por nuestra “multa”, de modo que nos perdona y elimina nuestra “multa” de Su registro. Sin embargo, tal vez nosotros todavía tengamos un sentimiento persistente de culpabilidad  cuando miramos nuestra copia de la “multa”.

Debemos recordar lo que dice 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. En lo que a Dios concierne, Él perdona, y en lo que a nosotros respecta, somos limpiados. Esta limpieza elimina la mancha del pecado de nuestra conciencia.

Si algún sentimiento de culpabilidad permanece después de confesar nuestros pecados, simplemente debemos reclamar el poder de la sangre de Jesús por fe. Podemos orar: “Gracias, Señor Jesús, por Tu sangre soy perdonado y limpiado. ¡Señor, Tu Palabra dice que Tu sangre incluso purifica mi conciencia!” Cuanto más le agradezcamos al Señor de esta manera, más certeza tendremos de que nuestra conciencia ha sido limpiada.


3. Acusados por Satanás

Después de haber confesado nuestros pecados, haber recibido el perdón de Dios y tener una conciencia que ha sido limpiada por la sangre de Cristo , puede que nos encontremos con otro problema: la acusación que seguimos sintiendo en nuestro interior con respecto a nuestros pecados. Esta acusación interna se puede convertir en una nube gigantesca sobre nuestras cabezas, robándonos toda la paz a medida que continuamos culpándonos a nosotros mismos por lo que hemos hecho.

¿Qué debemos hacer? ¿Debemos confesar nuestro pecado una vez más, pero esta vez más intensamente? Eso no funciona. No importa cuantas veces confesemos el mismo pecado a Dios, las acusaciones no se irán.

Para ser librados de estas acusaciones, es importante ver de dónde provienen. ¿Provienen de Dios? No. Dios nos perdonó cuando confesamos. Entonces, ¿provienen de nuestra conciencia? No. La sangre de Jesús purificó nuestra conciencia manchada por el pecado. Estas acusaciones provienen de Satanás.

Esto no debería sorprendernos. De hecho, en Apocalipsis 12:10 Satanás es llamado “el acusador de [los] hermanos”. Él dedica todo su tiempo a acusar a los que creen en el Señor día y noche. Su meta es debilitarnos e incluso paralizarnos. Él desea, de una manera sutil y engañosa, robar nuestro disfrute de la presencia de Dios. Si aceptamos sus acusaciones, nuestra comunión con Dios será estorbada y sufriremos una gran pérdida en nuestra vida espiritual.

Pero Apocalipsis 12:11 nos dice qué responde a las acusaciones de Satanás:

“Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero”.

Necesitamos confesar nuestros pecados al Señor para ser perdonados y tener una conciencia limpia de la mancha del pecado. Pero después de esto, si seguimos siendo acosados por las acusaciones, debemos tomar medidas adicionales. Debemos decir “¡NO!” a las acusaciones de Satanás y declarar la eficacia plena de la sangre de Jesús. Debemos indicarle a Satanás, el que nos acusa, que mire la sangre del Cordero.

No sucumba a las acusaciones de Satanás. Cuando él nos acusa, podemos declarar: “Satanás, rechazo tus acusaciones. Mira la sangre de Jesús. ¡Dios está satisfecho por la sangre redentora de Cristo, mi conciencia está purificada con Su sangre que me limpia y tú estás derrotado por Su sangre vencedora!”.


Experimentar la sangre de Jesús

Al creer en la sangre de Jesús y al experimentarla, todo nuestro andar cristiano cambiará. No tenemos que permanecer separados de Dios, cargados por la culpa o atormentados por las acusaciones de Satanás. Cuando pecamos debemos confesar nuestros pecados, creer que somos perdonados y limpiados e incluso declarar que hemos sido perdonados y limpiados por la sangre de Jesús. ¡La sangre de Cristo es verdaderamente preciosa!

Este himno escrito por Watchman Nee expresa cuán eficaz la sangre de Cristo puede ser en nuestra experiencia:

¿Por qué ansiedad, duda y temor?
Todo pecado, ¿no cargó
Sobre Su Hijo, Dios?
Cristo en la cruz murió por mí.
¿Pudiera Dios luego exigir
Otro pago de mí?

Completa redención logró
Mis deudas el Señor pagó,
De la ley libre soy.
No temo más la ira de Dios,
Pues con Su sangre me roció,
Cubierto ahora estoy.

Él mi perdón aseguró,
Obtuvo plena absolución
Mis deudas las pagó.
Dios no reclamará de dos,
De Su Hijo, mi Seguridad,
Y otra vez de mí.

Descanso y paz hoy míos son,
Mi Salvador me liberó,
Él todo consumó;
Sé que por Su sangre eficaz,
Dios ya no me condenará,
Pues, ¡Él por mí murió!

 


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