¿Puede usted perder su salvación?
¿Alguna vez se ha preguntado si puede perder su salvación? ¿O si puede dejar de ser salvo si hace algo malo o si peca?
Es sumamente importante que nosotros los creyentes estemos claros sobre ciertos asuntos fundamentales. Uno de ellos es tener la certeza de que somos salvos cuando creemos en Cristo. Otro asunto fundamental del cual debemos estar claros es la seguridad de nuestra salvación. ¿Cuán segura es nuestra salvación? ¿Qué la salvaguarda? ¿Acaso su seguridad depende de nosotros? ¿Podemos perder nuestra salvación?
Profundicemos en cinco puntos que hablan de la seguridad de nuestra salvación.
1. Dios inició nuestra salvación y Su llamado es irreversible
Ninguno de nosotros inició su salvación. Efesios 1:4-5 nos muestra que Dios inició nuestra salvación incluso antes de que hubiéramos nacido:
“Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor, predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”.
Nuestra salvación no comenzó con nosotros; comenzó con Dios. Él nos escogió antes de la fundación del mundo. Y Romanos 11:29 nos da esta palabra reconfortante:
“Porque irrevocables son los dones de gracia y el llamamiento de Dios”.
¡Irrevocables! Esto significa que nuestra salvación iniciada por Dios es irreversible, permanente, final e inalterable.
2. El amor y la gracia de Dios son eternos
Quizás no estemos dispuestos a dar nuestro amor a otros si éstos no nos aman también a nosotros, o quizás queramos que otros cumplan con ciertas condiciones para que obtengan nuestro amor. Pero Dios no es así. Él nos amó cuando éramos Sus enemigos, incluso cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. En 1 Juan 4:10 se nos dice:
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.
Dios nos amó tanto que envió a Su Hijo para morir por nuestros pecados. Su amor por nosotros es muy grande, y también es eterno. En Jeremías 31:3 Dios dice: “Con amor eterno ciertamente te he amado”.
La gracia de Dios para con nosotros también es eterna. Segunda de Timoteo 1:9 dice:
“Quien [Dios] nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito Suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”.
Dios nos dió Su gracia antes de los tiempos de los siglos, es decir, en la eternidad pasada. Nuestra salvación no tiene su base en nuestro amor por Dios o en nuestras obras, sino en Su amor eterno e inmutable por nosotros y en Su gracia eterna.
3. Dios es justo en cuanto a nuestra salvación
La salvación que Dios efectúa ciertamente surge de Su amor por nosotros, pero también es un asunto de Su justicia. Nuestros pecados transgreden la justicia de Dios y legalmente debemos pagar la pena por ellos.
Pero Cristo cumplió la demanda de la justicia de Dios al pagar la pena por nosotros. Él murió en nuestro lugar por nuestros pecados, llevándolos en Su cuerpo en la cruz. Debido a que Cristo murió por nuestros pecados, Dios debe reconocer justamente que nuestra deuda ha sido pagada; Él ya no puede demandar que la paguemos.
Por ejemplo, digamos que violamos una ley de tráfico y un oficial de la policía nos impone una multa. Pero tenemos un problema: no podemos pagar la multa. Sin embargo, digamos que alguien la paga por nosotros. Debido a que esa persona pagó la multa, un juez no nos puede requerir que la paguemos de nuevo. El juez tiene que reconocer que la multa ha sido pagada.
El Dios justo jamás puede quitarnos nuestra salvación debido a que nuestra deuda ya fue pagada en su totalidad, una vez y para siempre, cuando Cristo murió por nosotros. Hemos sido redimidos para siempre por Su sangre preciosa.
4. Dios nos engendró con Su vida eterna
Cuando fuimos salvos, nacimos de nuevo con la vida de Dios. Juan 1:12-13 nos dice:
“Mas a todos los que le recibieron [al Señor Jesús], a los que creen en Su nombre, [Dios] les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Cuando nacemos de Dios como Sus hijos y recibimos Su vida eterna, nunca podemos deshacer la acción de haber nacido, incluso si hacemos cosas que no le agradan a Dios. La vida que recibimos de Dios es eterna, y nuestra relación de vida con Dios también es eterna.
Para ilustrar esto, supongamos que nuestro hijo o hija no se está comportando bien. A pesar de que esto nos desagrada, no se puede cancelar o deshacer el hecho de que son nuestros hijos. Su mal comportamiento no puede anular el hecho de que comparten nuestra vida humana.
De la misma manera, nosotros somos hijos de Dios. Nacimos con Su vida eterna, y nada puede deshacer esto.
5. Dios nos sostiene en Sus manos
Además, Juan 10:28-29 nos dice:
“Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre”.
Una vez que recibimos la vida eterna de Dios, estamos en las manos más fuertes del universo. ¡Nadie, ni siquiera Satanás, puede arrebatarnos de estas manos! Nuestra salvación no podría estar más segura.
Estar absolutamente claros de que nuestra salvación es eternamente segura
Los versículos en los puntos anteriores prueban que nuestra salvación es eternamente segura, salvaguardada por Dios mismo. Debemos estar absolutamente claros respecto a esto. Leer y entender los versículos relacionados con cada punto nos darán la tranquilidad de que nunca podemos perder nuestra salvación.
Pero ¿qué sucede si pecamos?
Nunca debemos pensar que debido a que nuestra salvación es eternamente segura tenemos libertad para pecar. Aunque nunca podemos perder nuestra salvación, no debemos ser descuidados en cuanto al pecado. Cuando pecamos, sufrimos las consecuencias. No perdemos nuestra salvación, pero perdemos nuestro gozo, ya que el pecado interrumpe nuestra comunión con el Señor.
Así que, ¿qué debemos hacer cuando pecamos? Cuando nuestra conciencia nos molesta acerca de cualquier pecado que hemos cometido, debemos confesarlo a Él para que podamos ser perdonados y limpiados de ese pecado. No debemos permitir que ningún pecado no confesado quede en nuestra conciencia; debemos mantener cuentas cortas con el Señor. Debemos edificar el hábito de confesar nuestros pecados diariamente para así mantener nuestra comunión con el Señor y nuestro disfrute de Él.
Alabado sea Dios porque nuestra salvación no se basa en nosotros, sino en Dios mismo, en Su llamado, amor, gracia, justicia, vida y fuerza. Podemos descansar sabiendo que nunca podemos perder nuestra salvación.